Los lunares se forman al agruparse los melanocitos, las células de la piel que fabrican la sustancia que la pigmenta: la melanina.
"En realidad, no tienen ninguna función fisiológica, al igual que ocurre con las verrugas y otras lesiones", explica Javier Pedraz, dermatólogo del Hospital Clínico San Carlos de Madrid. Su importancia reside en la posibilidad de que evolucionen y den lugar a un cáncer de piel. Cuando su apariencia cambia, presentan bordes irregulares, se vuelven duros, el color no es homogéneo y el diámetro supera los seis milímetros, hay que acudir con el especialista para que practique una biopsia. Si resulta ser un melanoma, el diagnóstico precoz asegura la curación en 95% de los casos.
Algunos estudios apuntan que entre 0,2% y 1,5% de la población presenta al nacer una variedad conocida como nevus melanocítico congénito (NMC). Aunque pueden ser de todos los tamaños, en ciertos casos los NMC son de grandes dimensiones, y se ha observado que pueden alcanzar hasta 20 centímetros de diámetro en los recién nacidos. "Estos tienen más probabilidad de convertirse en malignos por su tamaño y porque llevan más tiempo expuestos a la radiación solar", apunta el doctor Pedraz.
No sólo se ubican sobre la piel, también los hay internos: "Se encuentran detrás de la columna vertebral, e incluso en el cerebro, pero no tienen repercusión para la salud". Sí pueden tenerla los de mayor tamaño: "Son muy poco frecuentes. Suelen situarse en el tronco y se extirpan con cirugía", concluye Pedraz.