Por años fue un postre tradicional del norte de África y de España, pero tras su llegada a México, los buñuelos adoptaron sabores y aromas distintivos que los han convertido en un platillo representativo de las fiestas decembrinas.
En muchas regiones de nuestro país, los buñuelos aparecen sólo durante el invierno, especialmente como postre navideño. Dependiendo del lugar, los podemos hallar espolvoreados con azúcar y canela o acompañados de miel o jaleas de guayaba, tejocote o naranja.
La historia de este platillo nos remite a la presencia árabe en el sur de España, donde unas “bolitas” de maíz rellenas con queso eran freídas para, después, servirlas untadas con miel y diversas clases de semillas.
Este postre arribó a México durante la Conquista española, aunque la mayor variante que experimentó su forma de preparación fue que en lugar de freírlos en aceite de oliva, se hizo en manteca. Este simple cambio, una herencia nacional de más de 500 años, los convirtió en un alimento altamente demandado, tanto que se les comparaba con los tamales. Un caso relevante son las recetas que sor Juana Inés de la Cruz poseyó para elaborar los “puñuelos” que ofrecía en temporada decembrina.
Si bien, cada región ha adaptado su gama de ingredientes para la preparación de los buñuelos, actualmente, en el norte de México poseen una presentación muy particular: son más grandes y se pueden encontrar en tres deliciosas variedades, los tradicionales con azúcar y canela, los que llevan cajeta, y aquellos espolvoreados con azúcar glas y un toque de vainilla, una forma más “afrancesada”.