El mundo de las aves está lleno de comportamientos extraños e interesantes. Muchos de los más originales están relacionados con el cortejo para conseguir pareja, la defensa de los nidos frente los depredadores y la cría de polluelos.
Los escribanos de Smith tienen uno de los sistemas de crianza social más extraños conocidos entre las aves. A diferencia de la mayoría de ellas, estos rijosos pajarillos cantores (si quiere escuchar su trino pulse aquí) son de lo más poliginándrico que se pueda ser (si se exceptúa a nuestros primos los bonobos, que son caso aparte en eso de practicar el amor libre). Cada una de las escribanas se aparea y copula con dos o tres machos para dejar una sola puesta. Por su parte, los machos no se quedan atrás y se acoplan con todas las hembras que se les ponen a tiro.
Para no perder el tiempo en todo lo que no sea enredar con el fornicio, los machos no defienden sus territorios, sino que se pasan la jornada siguiendo de cerca a las hembras con las que copulan cuantas veces pueden con el loable propósito de diluir o desplazar el esperma de otros machos. Un afán patriarcal tan loable como vano, puesto que unos chismosos estudios genéticos han demostrado que en cada puesta los huevos son pluriparentales.
Por si a algún Casanova no le parece mucho ese trajín copulador, que tome nota. En una semana de principios de primavera, una escribana media habrá copulado más de 350 veces. Si de atributos masculinos se trata, ríanse del caballo de Espartero: los machos están tan bien equipados que sus testículos tienen una biomasa que duplica la de sus parientes más cercanos, los monógamos (y probablemente más aburridos) escribanos lapones (C. lapponicus).