El vuelo de los colibríes, considerado una maravilla de la naturaleza, les permite a estos animales revolotear sobre una flor con increíble precisión y sin rozarla. Sin embargo, hasta hace poco la comunidad científica desconocía cómo lo hacían.
Ahora, un nuevo estudio liderado por la Universidad de California, Estados Unidos, y publicado en la revista Current Biology, reveló que la clave detrás de dicha habilidad se encuentra en su agudo sentido del tacto, el cual genera un mapa corporal tridimensional que les ayuda a geolocalizarse con gran exactitud.
En el artículo, los autores explican que cuando las ráfagas de aire tocan las plumas del borde anterior de las alas y la piel de las patas de los colibríes, las neuronas de dos puntos concretos del cerebro anterior se activan y crean el mapa tridimensional antes mencionado.
Los receptores del pico, la cara y la cabeza también ayudan: las células nerviosas de la base de las plumas y de la piel de las patas captan la intensidad de la presión del aire, que cambia según la proximidad a un objeto, para después transmitirla al cerebro, encargado de medir la orientación del cuerpo con respecto a un objeto.
Para llegar a esta conclusión, el equipo de expertos, liderado por el profesor de biología Duncan Leitch, observó el funcionamiento de las neuronas en tiempo real colocando electrodos a varios colibríes. Luego, una computadora amplificó las señales de los electrodos y las convirtió en sonido para facilitar su análisis.
Tras varios experimentos, se pudo confirmar que el tacto de la cabeza y el cuerpo está localizado en distintas regiones del cerebro anterior, y demostraron, por primera vez, que la presión del aire activa grupos específicos de neuronas en estas regiones.
En tanto, el examen aplicado a las alas reveló una red de células nerviosas que, probablemente, enviaban una señal al cerebro al ser activadas por bocanadas de aire en las plumas. Asimismo, se encontraron grupos bastante grandes de células cerebrales que reaccionaban a la estimulación de los bordes de las alas, lo que creen ayuda a las aves a ajustar el vuelo de forma matizada.
“Nuestra investigación no sólo puede ayudar a mejorar la conservación de estos animales, sino que también puede impulsar avances en las tecnologías que usan sensores para desplazarse o realizar una tarea, como prótesis o dispositivos autónomos”, precisó Leitch.