Katia planeaba su embarazo, era feliz contando los días para ver a su pequeño, a quien esperaba una vez que cumpliera las 40 semanas de gestación, ni un minuto después, y, por supuesto, ni un minuto antes. Pero su diagnóstico fue de placenta previa (que es cuando la placenta se encuentra situada en una posición más baja de lo normal en el útero), por lo que presentó hemorragias desde la semana 30.
Las preocupaciones comenzaron a reemplazar sus ilusiones de convertirse en madre, no podía con la idea de perder a su más grande anhelo, le dolía y le rompía el corazón que su pequeña bebé tuviera que vivir en una incubadora.
“Como hay altas, hay muchas bajas, tener a un bebé prematuro es muy difícil, a ella la tuvimos hospitalizada casi tres meses, tuvo muchos problemas como enterocolitis necrosante (que es cuando el colon se inflama y se daña, incluso puede morir el tejido). Tuvo dos apneas (cuando se detiene la respiración por más de 30 segundos), anemia y un problemita de laringomalacia (cuando el tejido blando que está por encima de las cuerdas vocales cae en la vía respiratoria, lo que produce una respiración ruidosa)”.
Su bebé de dos años, hoy parece una niña normal, pero detrás de ella hay una madre que intercambió sus descansos por visitas a los hospitales y a consultas médicas, además de que no deja de rezar, pues sabe que al haber sido prematura su pequeñita, la realidad puede cambiar de un momento a otro.
Durante 2018, el ISSEMyM atendió a 635 pacientes en el servicio de Neonatología, de los cuales, 372 fueron recién nacidos prematuros, mientras que el resto ingresaron a esta área donde se les brindan incubadoras, monitoreo de signos vitales e incluso un ala de terapia intensiva para quienes así lo requieren; por diversos padecimientos.
Se estima que en México, uno de cada seis niños nacidos es prematuro, es decir, que nació antes de la 37 semana de gestación, lo que lo convierte en un ser propenso a infecciones y diversas enfermedades y sus secuelas.