Los pájaros carpinteros abren agujeros en los troncos de los árboles, en busca de savia e insectos de los que se alimentan. Para ello, los golpean con su pico hasta 20 veces por segundo, a una velocidad aproximada de siete metros por segundo y con una fuerza 1.200 veces superior a la de la gravedad.
¿Cómo puede ser entonces que estos pájaros, al menos aparentemente, no sufran este tipo de lesiones? Para responder a esta pregunta, se ha procedido a analizar los huesos de su cráneo, así como la pieza ósea lingual, que utilizan para extraer insectos de los agujeros que perforan.
De este modo vieron que los huesos del cráneo cuentan con una acumulación de minerales, que les confieren mayor rigidez y dureza. Además, en comparación con otras aves, tienen una menor cantidad de líquido entre el cerebro y el cráneo. Esto podría parecer contraproducente, por dar menos amortiguación a los golpes. Por ejemplo, se comparan con un huevo crudo y uno cocido. En el crudo, al haber más espacio y líquido alrededor de la yema, si se sacude, acaba dañándose más que en uno cocinado.
De cualquier modo, es necesario que haya algo de amortiguación y es ahí donde entra en juego la lengua. Lo que se ve es solo la punta del iceberg, pues este órgano y el hueso incrustado en su interior envuelven la parte posterior del cráneo, hasta incrustarse delante, justo en medio de los ojos.
Esto sirve como protección extra para el cerebro, pues se trata de un hueso poco habitual. Normalmente, las piezas óseas constan de una vaina densa de hueso compacto que encapsula otro más esponjoso y poroso. Pero en este caso ocurre totalmente al revés, pues la parte más blanda se encuentra fuera, amortiguando los golpes que se dirigen hacia la cabeza.