El naturalista francés Jean-Baptiste Lamarck sugirió que el cuello de las jirafas se estiró debido a su búsqueda constante del follaje más alto de los árboles, en competencia por el alimento.
Charles Darwin señalo que el cuello largo de la jirafa habría llegado primero, y que esto fue lo que dio a algunos individuos cierta ventaja evolutiva sobre los que tenían el cuello más pequeño.
Otras teorías sugirieren que los cuellos largos y robustos medraron porque resultaban decisivos para las jirafas macho en la pugna por aparearse, o que simplemente resultaban más atractivos para las hembras.
En la actualidad, sin embargo, la teoría discutida por los científicos concierne a la termorregulación. Esta sugiere que los largos cuellos y miembros de las jirafas inciden directamente sobre el equilibrio entre el volumen y la superficie del animal, lo que determina cómo los animales -y otros cuerpos- ganan y pierden calor.
A simple vista podría parecer que las jirafas tienen una superficie corporal total mayor, en comparación con la de rinocerontes, elefantes u otros grandes mamíferos. Sin embargo, resulta que pocas personas han intentado medir la superficie de estos animales para estar completamente seguros. En esto se centra, justamente, este último estudio.
Los científicos examinaron las mediciones realizadas en docenas de jirafas y encontraron que la superficie de estas en realidad no dista de la que cabría esperar para cualquier otro animal con la misma masa. Es por ello que las jirafas no son mejores termorreguladoras que los demás animales estudiados, y por lo que los científicos asumen y sugieren que su cuello evolucionó para hacer frente al sol, orientándose hacia él para reducir su superficie expuesta; justo lo que vemos hacer a muchas jirafas durante los días calurosos.