En 1921, Charles William Beebe observó por primera vez uno de los comportamientos más extraños en todo el reino animal.
Durante un recorrido por Guyana, el naturalista estadounidense se percató de cómo un grupo de hormigas formaba una espiral de alrededor de 365 metros de longitud; éstas se seguían unas a otras sin desplazarse hacia un rumbo correcto.
En aquel momento, Beebe afirmó que esta conducta duró más de dos días, en los cuales varias hormigas murieron, hasta que unos trabajadores que deambulaban por la zona interrumpieron aquel avance sin destino, y los ejemplares retomaron su camino hacia el bosque.
“Nunca había visto una exhibición más asombrosa de las limitaciones del instinto. Durante casi dos días enteros, estas criaturas ciegas, tan dependientes del sentido de contacto y olor de sus antenas, siguieron palpando su rastro uniformemente suave, y el avance de los cuerpos de las hormigas que las precedían inmediatamente, sin percibir que no hacían ningún progreso, sino que sólo desperdiciaban sus energías, hasta que el `hechizo´ finalmente fue roto por unos trabajadores”, declaró Beebe en aquel entonces.
Desde ese día, él junto con otros especialistas dedicaron gran parte de sus esfuerzos en averiguar el trasfondo de la denominada “Espiral de la muerte”.
Tras una serie de análisis, los expertos determinaron que este fenómeno sólo se da entre las hormigas soldado o legionarias, las cuales, por naturaleza, son ciegas y se guían mediante el olfato para seguir un rastro de feromonas que les permite mantenerse unidas.
En un instante, la hormiga líder, o alguna del resto, pierde el rastro y comienza a caminar en círculos. En consecuencia, las demás la siguen hasta formar el fatídico ritual.
Horas después, llega un momento en que este avance resulta tan incesante que las hormigas terminan muriendo por el cansancio.