A principios de este mes, el biólogo Gilberto Pozo se encontraba vigilando un pequeño sector selvático en la localidad de Cunduacán, Tabasco, cuando un par de monos aulladores (Alouatta palliata) cayeron frente a él desde un árbol.
Tras analizarlos, el experto se dio cuenta que estaban deshidratados, por lo que recibieron tratamiento; no obstante, horas después murieron.
Ante tal situación, Pozo y su equipo de Cobius, grupo conservacionista sin fines de lucro, pensaron que los también llamados saraguatos habían sufrido los efectos del humo de los incendios provocados por los agricultores que desbrozaban las tierras cercanas. Pero a medida que las temperaturas superaban los 37 grados Celsius en las últimas semanas, empezaron a reportarse decenas de ejemplares fallecidos.
Los residentes de los estados de Tabasco y Chiapas encontraron varios grupos de 10 o más monos aulladores sin vida, muchos de ellos con signos de deshidratación. Hasta el miércoles 22 de mayo, se registran 147 individuos muertos.
Este alarmante escenario puede ser la última señal del peligro que implica el calor extremo para la fauna salvaje de México y el resto del mundo. Y es que a medida que las temperaturas globales han comenzado a batir récords, los científicos han documentado recientemente una mortandad de delfines amazónicos y el blanqueamiento masivo en los arrecifes de coral.
“Los animales nos están enviando una advertencia, porque son centinelas del ecosistema. Si no están bien, es porque algo está ocurriendo”, mencionó Pozo.
Midiendo unos 25 centímetros en promedio, los monos aulladores son uno de los primates más grandes de nuestro país y Centroamérica. Cubiertos de un espeso pelaje negro, son conocidos por sus gritos graves y guturales. Su dieta se basa en frutas y hojas, que también representan una de sus principales fuentes de agua.