Dramática situación enfrenta el mundo entero por causa de la pandemia de coronavirus. Miles de muertos, los servicios hospitalarios colapsan, exceso de información que desinforma, el ambiente huele a incertidumbre, a miedo.
Las personas hacen compras de pánico para mantenerse a salvo ante la contingencia, la mayoría recluidos en sus hogares; postales de calles desiertas en muchas partes del mundo; la economía detenida; mientras tanto, los mexicanos sólo observmos y comentamos: “si así están en China, ¿como estaremos nosotros?”, “¡Pobres italianos!”, etc.
No hay comparación; los modelos económicos y culturales son distintos en cada país; los métodos para contener la pandemia tambièn, y como ciudadanos tenemos que acatar las disposiciones para evitar que esto se nos salga de las manos.
Es momento de dejar el egoísmo de lado. Tenemos que ser conscientes y empáticos; tranquilizar nuestras mentes, y no permitir que la histeria se apodere de nosotros.
Ante este tipo de contingencias, invariablemente competirán las dos caras de la moneda: por un lado los ciudadanos preocupados por mantearse informados, consientes de que se cuidan y protegen al de a lado; por el otro, los aprovechados, oportunistas; gente sin valores que no conoce la empatía; los que roban, saquean y destruyen.
Tiempos de contrastes que, si bien, asustan, duelen, desilusionan, enojan, debemos entender como parte de un equilibrio; y como ciudadanos, es nuestro deber inclinar la balanza hacia el lado positivo.
Es inevitable; el coronavirus ya está aquí. Tendremos enfermos y, lamentablemente, muertos también. Estos hechos no los podemos controlar. Lo que tenemos que hacer es obedecer todas las recomendaciones, hacer frente con responsabilidad y empatía al futuro, utilizar estos días para reflexionar y reencontrar el verdadero valor de la familia.
Tenemos un difícil camino por delante. En un país donde los índices de violencia intrafamiliar son altísimos, nos hemos convertido en una sociedad inmersa en convivencia virtual, pero ahora nos enfrentamos a la convivencia real dentro del hogar, no a través de las redes sociales. Suena descabellado, difícil permanecer cerca de los hijos, padres, hermanos, tíos, abuelos.
Tiempos de enfermedad y muerte, de economías colapsadas, pero también de reflexión y cambio.
Tomemos esta oportunidad para modificar la historia, nuestro futuro, e inclinar la balanza para bien de todos, para ser una mejor sociedad.