Plantas de hidrógeno verde, sensores que detectan el calentamiento global, el proyecto del primer Centro Antártico Internacional (CAI) y unos ecosistemas y biodiversidad de interés mundial son los ingredientes que hacen de Magallanes, al sur de Chile, un laboratorio natural sobre el cambio climático.
“Magallanes es un lugar donde se unen el pasado, presente y futuro de la investigación científica sobre temas como el cambio climático, biodiversidad y economía sostenible”, comenta Andrés Couve, ministro de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación.
“Se trata de un ecosistema prístino. El único lugar del mundo sin estresores de la flora y fauna como la contaminación, sobreexplotación de suelo o el uso masivo de pesticidas”, agregó.
Y es que la biodiversidad de Magallanes es tal que, incluso, podría servir para anticiparse al calentamiento global.
“Magallanes es un experimento geográfico donde se juntan el océano Pacífico, el Atlántico y el mar del Sur, pero al mismo tiempo es un lugar muy frágil y susceptible al cambio climático”, señala por su parte Valeria Souza, bióloga de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Por si fuera poco, los indomables vientos de la Patagonia chilena son un componente extra que orienta a la región a ser precursora en la lucha contra este fenómeno.
Con rachas de más de 90 kilómetros por hora, las corrientes de aire funcionan como un recurso idóneo para producir energía eólica e hidrógeno de forma sostenible, dando como resultado el denominado “hidrógeno verde”, el cual apunta a convertirse en la fuente energética del futuro.