¿De dónde sale un bulo que hasta su amigo Salvador Dalí llegó a propagar en su día, convencido de su veracidad? El primer factor que avivó la leyenda fue el comportamiento de la familia. Repasemos sus actos. Cuando los médicos anunciaron a Walt que sufría cáncer, se confabularon para que la noticia no llegara a los medios. En aquella época Disney estaba a la cabeza de un enorme imperio que ya sumaba además de la productora de dibujos animados, un parque temático en Anaheim (California), Disneylandia, y otro ya proyectado y a punto de iniciar a construirse, Disneyworld, en Orlando (Florida).
Probablemente solo se trataba de no preocupar a los mercados. Por eso, tras la fallida intervención en la que llegaron a extirparle el pulmón, el 5 de diciembre, día de su 65 cumpleaños, Disney recibió a la prensa en el propio hospital y posó sonriente para los fotógrafos mientras dibujaba a sus famosos personajes. La versión oficial: estaba allí por un chequeo rutinario. Nada de lo que preocuparse.
Cuando falleció diez días después por una parada cardiorrespiratoria, nadie podía creérselo, el público estadounidense acababa de verlo fresco como un rosa. Qué raro, ¿no? En las siguientes horas, los comportamientos supuestamente sospechosos continuaron. A pesar de la expectación que la muerte del gran creador provocó, la familia decidió moderar tanto entusiasmo y enterrarlo en la más estricta intimidad. Nada de capillas ardientes ni funerales multitudinarios. Son muy pocas las personas que llegaron a ver el cuerpo y muchas las que empezaron a tener la mosca detrás de la oreja.
La guinda para los conspiranoicos fue que los herederos pidieron que no se enviaran flores ni coronas al cementerio. En su lugar, propusieron, podían emplear ese dinero en donaciones al Instituto de las Artes de California, fundado por el propio Disney. No hacía falta saber más. Los más suspicaces vieron en esta desmanda un oscuro desvío de dinero para financiar el proceso de criogenización del genio, que era algo carísimo. Porque en aquella época, esto sí que es verdad, las clínicas que investigaban esta técnica empezaban a brotar como champiñones. A la muerte de Disney existían más de cinco centros en Estados Unidos que experimentaban esto de la animación suspendida a muy baja temperatura, o sea en nitrógeno líquido.
Cuando dos días después del fallecimiento, Disney fue incinerado y sus restos, enterrados en el panteón que la familia tenía en el cementerio Forest Lawn Memorial Park de Glendale, en Los Ángeles, el público ya estaba dispuesto a creerse cualquier cosa. Allí, por cierto, reposan también Errol Flynn y Humphrey Bogart ajenos a todos los rumores que circulan sobre su vecino.
Pero no solo hay que echarle la culpa a la familia. Unas oportunas declaraciones de Bob Nelson, presidente de la hoy extinta Sociedad Criogénica de California también contribuyeron lo suyo a atizar el fuego. El hombre aseguró a Los Angeles Times que Disney quería que lo congelaran: “De hecho”, señalaba, “mucha gente cree que fue congelado y que sus restos reposan en el sótano de su casa. La realidad es que perdió la oportunidad por poco. Nunca lo especificó por escrito, así que su familia optó por la incineración. (…) Dos semanas después de su muerte, congelamos al primer ser humano”. La típica forma de negarlo, pero no del todo, al tiempo que promocionas una técnica revolucionaria de tu invención. La gente, claro, entendió lo que quería entender.