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Publicado en CULTURA

Xoloitzcuintle: compañero y guía en la muerte

Jueves, 29 Octubre 2020 16:54 Escrito por 

El xoloitzcuintle, perro endémico de México, desempeñaba una labor simbólica en el camino hacia la eternidad, de acuerdo con la cosmovisión prehispánica.

Acompañante al Mictlán

El milenario perro xoloitzcuintle, también conocido como “perro azteca”, era uno de los animales más respetados en el México prehispánico, debido a que fungía como acompañante de sus amos durante el tránsito entre la vida y la muerte, en el último y largo camino hacia el Mictlán, lugar donde se encuentran Mictlantecuhtli y Mictlancihuatl, señor y señora de los descarnados.

El Mictlán es el nivel inferior de la tierra de los muertos, al cual se llegaba después de recorrer un largo camino que todos debían atravesar, sin distinción de creencias o clases sociales. Es descrito como un lugar tenebroso, oscuro y cavernoso. En este proceso el xoloitzcuintle jugaba un papel muy importante, ya que acompañaría al difunto en este viaje y hasta la eternidad; por eso se los enterraba junto con sus amos como parte de la ofrenda funeraria para los dioses, convirtiéndose en perros sagrados.

La encarnación de un dios

Para comprender la importancia de este perro en el México prehispánico es necesario conocer el nombre con el que los antiguos mexicas lo designaron: Xoloitzcuintle, viene de la raíz náhuatl xólotl, traducido como extraño, deforme, bufón, servidor o esclavo, y de itzcuintli, que significa perro.

En la cosmovisión mexica, Xólotl es el dios con cabeza de perro que se encargaba de cuidar a los muertos durante su camino al inframundo. Era también el dios de la transformación, de lo doble, de la oscuridad, de lo desconocido, del ocaso y la muerte; poseía el don del nahualismo, por lo que se convertía en xoloitzcuintle, y se cree que fue él quien entregó este perro a los hombres para la salvación de su espíritu. Era considerado hermano gemelo de Quetzalcóatl (serpiente emplumada), quien como su contraparte representaba la luz y el conocimiento. Ambos dioses estaban asociados con el planeta Venus (tlahuizcalpantecuhtli), siendo Quetzalcóatl la estrella del amanecer y Xólotl la representación del sol nocturno, la estrella del ocaso.

Xólotl anunciaba el retiro del astro rey y lo acompañaba en su trayecto por el reino de la muerte. Se dice que juntos luchaban contra la oscuridad para que el sol pudiera renacer al alba; así, el xoloitzcuintle acompañaría a los seres humanos en su viaje por el inframundo, ayudándolos a pasar por todos los niveles hasta concluir su viaje.

El rito funerario

En el México prehispánico, los muertos eran acompañados por una gran cantidad de ofrendas colocadas en el lugar donde reposarían sus restos: flores, alimentos, semillas, agua y una figura de barro que representaba a un xoloitzcuintle. En el caso de los nobles y grandes señores, incluso se sacrificaba a un perro azteca para enterrarlo con ellos.

Los rituales funerarios se tenían que repetir durante los cuatro primeros años después del fallecimiento, pues se creía que este era el tiempo que los muertos tardaban en atravesar los nueve niveles del inframundo. En este proceso, el xoloitzcuintle era un gran aliado, ya que con su ayuda, los muertos podían sortear todas las pruebas y, finalmente, llegar al Mictlán.

Cuando el rito funerario era para algún guerrero muerto en batalla y su cuerpo no había sido recuperado, se colocaba en lugar de su cadáver la imagen de un perro pintada de color azul. En el caso de los tlatoanis (señores), la imagen era labrada en piedras preciosas como jade o turquesa, la cual recibía el nombre de xolocozcatl, “collar hecho del servidor o del deforme”, en alusión al dios Xólotl.

A dónde iban los difuntos según los mexicas

La cosmogonía mexica habla de tres lugares a los que irían los muertos en su último viaje, dependiendo de las circunstancias en las que murieran y sin importar si eran nobles o macehuales.

Los hombres que morían en la guerra, en la piedra de sacrificios o en viajes comerciales iban al Tonatiuhinchan (Casa del Sol), al igual que las mujeres que morían durante el parto. Allí vivirían en jardines floridos y acompañarían al sol en su recorrido por la bóveda celeste; los hombres en el día y las mujeres en el ocaso. 

Quienes morían ahogados en inundaciones, alcanzados por rayos o padeciendo sarna, gota, hidropesía o cualquier enfermedad relacionada con las aguas, iban al Tlalocan (Lugar de Tláloc), sitio considerado como un paraíso terrenal, y los que llegaban ahí se convertían en ayudantes de Tláloc. El chichihualcalco (árbol nodriza) recibía a los niños que morían antes de ser destetados y permanecían en él alimentándose del árbol, hasta que podían ser enviados nuevamente a la tierra.

Por último, todos los que morían en circunstancias distintas de las anteriores iban directamente al Mictlán, la región de los muertos, donde tenían que atravesar los nueve niveles para llegar a su destino final.

El primer nivel se llamaba apanohuaia (el pasadero del agua), lugar donde habitaban los xoloitzcuintles. Aquí, los muertos debían cruzar un río ancho llamado chignahuapan y esto sólo era posible con la ayuda del perro, quien los cruzaría en su lomo. Si sus amos habían sido buenos en vida con ellos, los perros los reconocían e iban por ellos para cruzarlos; si no, allí se quedaban penando por no poder cruzar y su tonalli no era liberado.

Aunque en algunas fuentes, como en las crónicas de Sahagún, se menciona que la función del perro era sólo la de atravesar a los muertos, otras hacen referencia a que los acompañaba durante todo el trayecto, ya que emulaba al dios Xólotl, quien es descrito en los mitos como la deidad que fue al rumbo de los muertos para robarse los huesos que formarían a la nueva humanidad.

El xolo en la actualidad

El xoloitzcuintle forma parte del patrimonio cultural de México; un símbolo nacional que ha trascendido los tiempos, un legado cultural de nuestros antepasados que sobrevivió a la conquista española, pues durante esta época se buscó acabar con esta especie y con los ritos y ceremonias en torno a ellos.

El xoloitzcuintle sigue siendo considerado como un perro sagrado y un aliado trascendental, ya que, se dice, es un sanador natural de cualquier mal o dolencia física.

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