El enfado es una de esas emociones intensas que cuando llega anula nuestra capacidad de reflexión, nos aleja de la paz que hay en nosotros y provoca una verdadera revolución en nuestro cuerpo.
La función del enfado es defendernos de un ataque que puede poner en peligro nuestra supervivencia. En el siglo XXI, los límites que debemos defender son más internos que físicos, por eso podemos sentir mucha ira cuando alguien traspasa algunos de nuestros límites personales.
La neurociencia ha estudiado desde hace mucho tiempo, la correlación de las emociones con ciertas áreas cerebrales. En el caso de la ira, se ha descubierto que se activan ciertas áreas cerebrales, como:
la ínsula anterior: Esta zona es un puente que conecta el sistema límbico (el “cerebro emocional”) con el neocortex y todas las funciones superiores que tenemos los seres humanos. La zona anterior de la ínsula, se encarga de la integración emocional para que podamos experimentar las percepciones de manera global.
El tálamo: Esta área se encarga de integrar la información que llega de nuestros sentidos y después dirige esta información a la corteza cerebral. También está implicado en la aparición de los estados emocionales, de modo que se activa con la ira.
La amígdala: Es el centro nuestro mundo emocional. Es muy sensible al estrés y a los sucesos externos que ponen en peligro nuestra supervivencia. Actúa como una alarma general que activa todo el cuerpo y tiene la capacidad de paralizar toda la actividad cerebral.
Es la responsable de la activación de la respuesta “lucha o huida”, creando en nosotros los síntomas propios del estrés.
La corteza pre-frontal: El lóbulo frontal se encarga de funciones ejecutivas superiores como la toma de decisiones, regular la atención y la regulación emocional. Podemos calmar nuestra amígdala de manera consciente a través de la respiración, conducta que regulamos desde nuestra corteza prefrontal.
La corteza pre-frontal es capaz de calmar emociones intensas, se encarga de dirigir la atención, controla los impulsos y es capaz de adaptarse a situaciones novedosas y cambiantes. Cuando sentimos ira, esta zona tiene mucho trabajo.
Cuando tenemos dificultades para regular la ira, respondemos de manera impulsiva y por eso, cuando estamos enfadados, podemos decir cosas que pensamos, pero que en otras circunstancias, nos callaríamos. Por eso a veces se dice que la ira puede llevarnos a ser más sinceros y honestos.
Considero que esta sinceridad es “egoísta” y poco empática porque deseamos reducir nuestro malestar hiriendo a otra persona
Cabe mencionar que las causas de enfado pueden ser muchas. Algunas de ellas aparecen en nuestro entorno en forma de amenaza, otras nacen en nuestro interior al sentir que otra persona no nos toma en serio o no respeta nuestros límites personales.
Es habitual que la ira o el enfado, surja de manera repentina y expresemos nuestro malestar, exteriorizándolo en un conflicto. La ira suele escalar muy rápido y subir de intensidad especialmente si observamos señales de provocación por parte de otras personas.
Sea lo que sea lo que impulsa tu ira, debes saber que puedes regularla.
Ante la ira… ¡RESPIRA!: Esta frase te va a resultar muy útil cuando sientas mucho enfado, porque con esta pequeña rima, recordarás que puedes regularlo, que no tienes que expresarlo completamente. La próxima vez que sientas que el enfado te visita, respira con calma y haz un esfuerzo por calmar tu respiración antes de reaccionar. T
al vez te ayude contar mentalmente “1,2,3” para inspirar y “1,2,3” para espirar. Y si puedes alargar un poco el tiempo que dedicas a la espiración, calmarás tu cuerpo y mente más profundamente.
Y si sientes que la ira es un compañero de vida o sientes frustraciones diarias que te impiden vivir plenamente, busca ayuda de un psicólogo que te enseñe más cosas sobre tus emociones y te enseñe a regularlas.