El pandémico azote del SARS-CoV-2, que ha cobrado indiscriminadamente 2.4 millones de vidas en el mundo, agota las capacidades y la salud de poblaciones enteras. Y la deuda a futuro aumenta cada día.
No sólo por aquellas personas con padecimientos crónicos del corazón, diabetes, cáncer o cualquier otro, a quienes tocará lidiar con las consecuencias de la falta de atención apropiada durante la contingencia sanitaria.
Sino también por todos los que, a mayor o menor coste, han logrado sobreponerse al COVID-19, mas no así a su amplia y abigarrada estela de efectos a largo plazo.
"Todas las secuelas físicas y emocionales de COVID-19, porque sabemos que deja un síndrome posterior al problema meramente infeccioso.
"Problemas del orden de fatiga, emocionales, gente que no se va a sentir bien. Y todo eso va a dejar una gran deuda para la salud pública", proyecta el infectólogo Alejandro Macías.
Escenario descuidado y dejado totalmente de lado en tanto la prioridad actual de los saturados servicios de salud sea sacar adelante a la mayor cantidad de pacientes con casos agudos. Aún cuando quienes engrosan las cifras de población recuperada en realidad no han podido hacerlo por completo.
"Como el enfoque está siendo ahorita más atender la parte aguda, eventualmente esto, que va a impactar a la salud pública y que está impactando ya la calidad de vida de las personas que no están pudiendo regresar a su vida cotidiana al 100 por ciento por estas secuelas, pues sí vamos a tener que voltear a verlo. Porque es importante lo que está sucediendo", subraya en entrevista la química farmacobióloga Carol Perelman.
Dolores de cabeza, sensación de falta de aire, palpitaciones, insomnio, ansiedad, mente nublada, articulaciones adoloridas, el olfato y el gusto que no regresan a ser como eran, y una prolongada y debilitante fatiga crónica. ¿Así es ganarle al virus?
Al menos así lo enlistan un grupo de siete investigadoras, médicas clínicas y comunicadoras de ciencia -Perelman entre ellas-, en el que es el estudio más completo hasta ahora realizado en torno a las secuelas persistentes más allá de la fase infecciosa del COVID-19.
Una revisión sistemática y metaanálisis estadístico que las científicas hicieron de 15 estudios, elegidos entre más de 18 mil piezas de literatura médica y científica elaboradas en 2020, obteniendo información de más de 47 mil pacientes de entre 17 y 87 años procedentes de naciones como México, Estados Unidos, China, Egipto, Australia y países europeos.
"Pensamos que lo mejor era, de una manera sistemática, ver todos los estudios y de ahí poder hacer la prevalencia de cada uno de los síntomas, para así poder tener una gran fotografía", explica la doctora en epidemiología y genética molecular Sandra López León, coautora del estudio publicado en calidad de pre-print el pasado 30 de enero en la plataforma MedRxiv.
"Nos llamó la atención incluso que no había ni siquiera un consenso en cómo llamarlo. Había estudios que lo llamaban 'síntomas persistentes', 'Covid crónico' o 'síndrome postCovid'", añade Perelman.
"Hasta tuvimos nosotras que hacer una discusión interna para poder decidir cómo lo íbamos a nombrar en el estudio. Nos decidimos por 'efectos de largo plazo'; efecto, porque englobamos los síntomas, signos y parámetros de laboratorio anormales".
El resultado de su análisis es un listado con más de 50 efectos, de los cuales el 80 por ciento de los sobrevivientes de la enfermedad permaneció con al menos uno, siendo precisamente la fatiga el de mayor prevalencia, en el 58 por ciento de los casos, seguido del dolor de cabeza, en el 44 por ciento, y el trastorno de atención, con 27 por ciento.
"Esto último engloba varios síntomas de los que las personas se quejan: de andar un poco confundidos, de no poder seguir el hilo de las conversaciones o de alguna idea; batallan para concentrarse, tienen alteraciones en la memoria", detalla la psiquiatra Rosalinda Sepúlveda, también coautora del estudio.
Asimismo, cuestiones como dificultad para respirar -o disnea-, tos, dolor en el pecho, fibrosis pulmonar y baja capacidad de difusión pulmonar.
"Ya en los pacientes de SARS-CoV-1 se había visto que, pasado un año, las personas todavía tenían el pulmón dañado; inclusive en muy, muy pocos casos seguía la fibrosis pulmonar después de 10 años", ilustra López León.
Todo lo cual objeta esa falaz e ilusoria idea de que quien se ha curado de la enfermedad se encuentra ya sano y salvo, al cobijo de la inmunidad desarrollada y fuera por completo del mapa de riesgo.
"No es nada más: 'Ya me dio, ya tengo inmunidad, sigo con mi vida' y todo vuelve a la normalidad. No. Resulta que hasta el 80 por ciento de las personas recuperadas, independientemente de la gravedad de la enfermedad que atravesaron, son personas que están teniendo secuelas, síntomas, efectos, y no se están mejorando", reitera Sepúlveda, investigadora de la Escuela de Salud Pública de Harvard.
"Quizá por estar todo el mundo ahorita más enfocado en la parte aguda y salvando vidas, no estamos mirando a estas secuelas que están quedando en el 80 por ciento de los sobrevivientes. Sin embargo, sí va a ser una secuela que nos va a dejar la COVID, es algo importante. Estas personas no están regresando a su salud preCovid", remarca Perelman.
Si bien algunos de estos efectos no representan mayor riesgo, hay varios que sí resultan de cuidado considerable, como la hipertensión, insuficiencia renal o diabetes mellitus. En especial si se tiene en cuenta que este tipo de condiciones suelen estar vinculadas al desarrollo de cuadros severos de COVID-19.
Y aunque éstos últimos figuran entre los efectos de menor prevalencia en el estudio de las científicas, presentes apenas entre un 1 y 4 por ciento de los sobrevivientes, tales fracciones adquieren relevancia al recordar que hay arriba de 61 millones de recuperados en el mundo, más de millón y medio en México, de acuerdo con el tablero del Centro de Ciencia e Ingeniería de Sistemas (CSSE, por sus siglas en inglés) de la Universidad Johns Hopkins.
"En la medida que tengamos mucha gente con esas enfermedades y que tengan un descontrol, pues hay más posibilidades de que tengamos complicaciones y saturación en los hospitales, y una mayor mortalidad", advierte Macías.
Asimismo, entre los efectos que también son de especial preocupación se ubican todos aquellos de orden psicológico, psiquiátrico y neurológico, como los trastornos de atención, de estrés postraumático y del sueño, así como la pérdida de memoria, ansiedad, depresión y paranoia.
"No sabemos si es el virus propiamente el causante de deterioro cognitivo y neurológico, o si es el paquete completo del virus, la respuesta inflamatoria, el aislamiento, la falta de interacción social y que deja de haber estimulación; es algo complicado.
"Pero los servicios de psiquiatría van a estar realmente mucho más saturados de lo que ya estaban", alerta Sepúlveda.
"Va a ser inclusive una consecuencia seria para el sector salud, el sector público, porque el personal ha estado enfrentado a una situación muy difícil, de una gran tensión, de temor, de fatiga; y eso, sin duda, pega en el ánimo, en la satisfacción del trabajo. Y si además se hace en condiciones precarias como frecuentemente ocurre en los hospitales mexicanos, sin duda va a dejar una secuela muy importante en el ánimo de los trabajadores de la salud", complementa Macías.
Al final, el trabajo de las científicas lo que hace es ampliar el panorama de comprensión de un virus del cual hace tiempo quedó descartado fuera causante de no más que una mera enfermedad respiratoria, sin tener claros los alcances de su impacto en la salud.
Lo siguiente es profundizar en aspectos como el tiempo que persisten los efectos, pues aunque algunos se presentaron únicamente por unas semanas, otros lo hicieron hasta por 110 días, que fue la duración máxima de uno de los estudios. Así como recabar otros efectos no considerados, y catalogar toda la información de forma más metódica y estructurada.
"Se tiene que estratificar por la historia personal del paciente, y luego también por la historia del Covid agudo; después por otros factores como edad, severidad, comorbilidades", precisa López León.
"Las encuestas eran cerradas, entonces muchas personas que tenían más síntomas no tenían donde reportarlas. Eso es un llamado, quizás, a que cuando se hagan estas encuestas tengan un espacio en blanco para que los pacientes puedan reportar qué más tienen", agrega Perelman. "Apenas estamos en la puntita del iceberg".