Ser animal, vivir, morir y ser despedido con dignidad es algo a lo que no todas las mascotas pueden aspirar, pero hay algunas como la perrita "Dulce" y el gato "Cuco" que experimentaron el cobijo de un hogar al convertirse en un integrante más de sus familias, y cuyos dueños decidieron que merecían ser cremados tras su muerte.
Lucía Cástulo va a extrañar la manera en que Dulce se le arrinconaba entre los pies, y Aída Guadalupe Huerta cuando, en punto de las 15:00, Cuco le pedía cada día que lo alimentara. A ambas les queda el consuelo de conservar sus cenizas como parte de los recuerdos que les dejó el tiempo compartido.
Ambos animales fueron incinerados en el primer crematorio público de mascotas de compañía "Xoloitzcuintle", ubicado en la alcaldía Miguel Hidalgo. Desde su apertura, el 28 de julio, han sido cremadas entre cinco y seis mascotas al día, refirió la directora de Medio Ambiente de la demarcación, Vanessa Villarreal Montelongo, aunque en un día han llegado a atender hasta quince.
Las personas llegan en camión, taxi o vehículo particular para despedirlos de una manera digna. Provienen de alcaldías como Cuajimalpa, Álvaro Obregón o Iztacalco, así como de municipios del Estado de México como Naucalpan, refirió.
No sólo han cremado a perros y gatos, también a una tortuga, por ser un animal de compañía, y hay posibilidades de que ingresen hurones, conejos, hámsters, entre otros; siempre y cuando pesen menos de 120 kilos y quepan en el horno de cuerpo completo, explicó personal del sitio.
"Este crematorio les permite (a las personas) poder decirles adiós de corazón, darles una sepultura digna y no nada más dejarlos en una bolsa negra, como a veces tristemente ocurre, que tienen que echarlos a la basura porque carecen de posibilidades. Es algo que les parte el corazón", dijo la directora de Medio Ambiente.
En este lugar, los dueños tienen la oportunidad de despedirse de sus mascotas antes de ser llevadas al crematorio, donde tardan, en promedio, una hora en ser incineradas, según el tamaño; después, les entregan sus cenizas si así lo desean.
Lucía Cástulo adoptó hace dos años y ocho meses a una perrita cocker de edad avanzada, lastimada, con el pelaje color miel oculto bajo la suciedad, y la piel maltratada por vivir en la calle, que había sido abandonada detrás de una plaza comercial en Tlalnepantla, Estado de México. Tras llevarla al veterinario la operaron por un tumor. Las atenciones que recibió en su nuevo hogar fueron correspondidas con recibimientos cálidos para su dueña, quedándose junto a ella cuando cocinaba o dormía; por eso no podía despedirla de otra forma, aseguró.
Cuco llegó a la casa de Aída Guadalupe Huerta pocos meses después de haber nacido, y permaneció con su familia durante trece años, así que pregunta cómo no iba a llorar por su partida y cómo no lo iba a despedir de la manera que merecía. Fue la mascota de su hijo desde que tenía once años, por lo que la muerte de Cuco dejó inconsolable al joven, contó. A la familia de Aída le queda el consuelo de conservar sus cenizas en una urna en su casa.