A pesar de su adorable apariencia, el panda gigante es un auténtico oso, pues al igual que el pardo o el polar, son considerados poderosos depredadores. Sin embargo, aunque las tres especies comparten una flora bacteriana carnívora, la primera sigue una dieta esencialmente vegetal, reflejada en su dentadura y musculatura de la mandíbula.
El bambú es su “platillo favorito” y puede pasar hasta 14 horas diarias masticándolo, esto a pesar de que carece de enzimas suficientes para digerir la celulosa. Entonces, ¿por qué esta planta resulta tan adictiva para los pandas? Tal parece que la respuesta se halla en el microARN.
De acuerdo con un nuevo estudio publicado en la revista Frontiers in Veterinary Science, estas pequeñas moléculas, que suelen intervenir en los procesos de desarrollo y adaptación de los bambúes en el ambiente, serían capaces de ingresar en el torrente sanguíneo de estos pesados mamíferos y así adaptar su respuesta ante los mismos.
Para llegar a esta conclusión, los autores de la Universidad Normal del Oeste de China realizaron un análisis comparativo, en el cual identificaron 57 microARN derivados del bambú en muestras de sangre de 7 pandas gigantes (3 hembras adultas, 3 machos adultos y una hembra joven).
El estudio de la evidencia detectó que las moléculas pueden ajustar los niveles de la dopamina en los pandas, influyendo así en sus preferencias alimentarias, situación que desempeñaría un papel vital durante su proceso de adaptación dietética.