Decenas de bisontes americanos (Bison bison) pastan en los amplios campos abiertos de El Carmen, en Coahuila, una reserva de 140 mil hectáreas, casi del mismo tamaño que la CDMX.
Aunque no lo pareciera, esto es un gran paso en la lucha contra el cambio climático, pues poco a poco las llanuras del norte vuelven a registrar el paso del mamífero, erradicado hace 100 años tras décadas de caza descontrolada y destrucción de su hábitat.
Sin embargo, el retorno del bisonte americano a tierras mexicanas no es producto de la casualidad, pues en 2021, una iniciativa liderada por la cementera Cemex logró traer a estos animales a un suelo que acumula grandes cantidades de carbono.
Hoy día, la reserva cuenta con más de 90 ejemplares, quienes día a día actuan para regenerar la vegetación del pasto e incluso mantener a cientos de especies que conviven a su alrededor.
“La poda pareja de los pastos, que producen los bisontes al comer, ayuda a aumentar la diversidad de plantas en el terreno. También cuida la regeneración de los ecosistemas, al llevar las semillas de un lugar a otro en su aparato digestivo y defecarlas”, explica Rurik List, investigador de Ciencias Ambientales en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
“El bisonte es un animal sobrio, que, sin darse cuenta, impulsa a otras especies para sobrevivir en los espacios que habita. Y es que con sus 800 kilogramos de peso promedio, aplana el pastizal a su paso, una alteración que ayuda a roedores como el perrito llanero, el cual necesita que el pasto sea corto para vigilar a sus depredadores”, precisa.
Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) define a los pastizales como los “pulmones escondidos del planeta”, argumentando que dichos terrenos permiten almacenar y capturar una mayor cantidad de carbono que los ecosistemas del bosque (30%).
En tanto, la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) calcula que los pastizales pueden llegar a absorber hasta 45 toneladas de carbono por cada hectárea.