Hoy 14 de febrero, entre millones de parejas, besos y regalos, surge la pregunta ¿cuál es el propósito de esta vida sino amar? Y es que como seres humanos navegamos entre las vicisitudes de la vida mientras buscamos a alguien especial con quién compartirlas.
Algunos corren con la suerte de encontrar a esa persona especial casi al primer intento, mientras que otros sufren innumerables penas. No obstante, los poetas nos han enseñado que de amor nadie se muere y, eventualmente, uno puede hallar lo que estaba buscando.
Pero ojo, que esta situación no aplica para todos los seres vivos, pues dentro del reino animal existen unos peces que llevan sus vidas amorosas al extremo.
Hablamos de los diablos marinos negros (Melanocetus johnsonii), una especie que se caracteriza por habitar en entornos muy oscuros y profundos; tener unos ojos muy pequeños; una boca llena de enormes y afilados dientes; y una antena cuya punta iluminada sivre para atraer presas.
Sin embargo, lo más interesante es que cuando los científicos los descubrieron y empezaron a estudiar detenidamente, se percataron que, al parecer, existían puras hembras. Tiempo después, la verdad salió a luz.
Resulta que los ejemplares machos son muy pequeños en comparación con ellas y hasta podrían ser descritos como sus parásitos. Por ejemplo, las hembras pueden llegar a medir 20 centímetros y ser hasta diez veces más grandes.
Encontrar pareja nunca ha sido fácil, pero para estos animales es peor y cuando la encuentran es increíble. Primero la huelen y ya que la tienen en la mira, la muerden para fusionar su cuerpo con el suyo; incluso, partes del cuerpo como aletas, ojos y ciertos órganos se les desprenden, pues ya no los necesitan.
Una vez ahí, los machos se quedan pegados por siempre y viviendo de la hembra. En cambio, los menos afortunados esperarán su solitaria muerte sin haber experimentado la singular forma de amar que la naturaleza ofrece.