“Los perros son los animales vertebrados más abundantes en el contexto arqueológico mesoamericano. Los tenemos en todos los lugares, bajo todos los esquemas posibles, dificilmente he podido observar algún esquema utilitario o ritual donde no estén involucrados”, sostuvo Raúl Valadez Azúa, titular del Laboratorio de Paleozoología del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), al iniciar el simposio virtual titulado “¿Qué pasó después del colapso de Teotihuacán?”.
Durante la ponencia, celebrada este jueves, el experto reveló que dentro de la ciudad de Teotihuacán, cuyo auge abarcó del siglo 1 a.C. al VII d.C, los caninos ocuparon un espacio urbano junto a más de 150 mil habitantes humanos, sirviendo como mascotas u ofrendas para sacrificios.
“Hablamos de una sociedad teotihuacana donde los perros estaban perfectamente incluidos, y además tenían un esquema de aprovechamiento y manejo determinado”, detalló el experto.
Prueba de ello es que durante el periodo Coyotlatelco, acontecido del siglo VII al IX d.C., se encontró la mayor cantidad de restos de perros, sobretodo colocados en entierros, siendo el caso más interesante aquel de la cueva del Pirul, donde paleontólogos hallaron una pareja aparentemente acomodada como guardianes del espacio.
“Entre las especies de cánidos que existieron en la región hay perros comunes presentes en todos los contextos. Los de patas cortas, relacionados a rituales y funerales de la élite intermedia; el híbrido de coyote y perro; y la cruza de lobo y perro, empleado como animal de sacrificio en los grandes eventos religiosos”, apuntó Azúa.