Hace una década, el proyecto Crescent Dunes fue inaugurado en el desierto de Nevada, Estados Unidos, con la promesa de revolucionar el panorama de la energía renovable. Y es que gracias a sus 10 mil 347 espejos orientados hacia una torre central de 200 metros, se colocó como la segunda planta de energía termosolar con almacenamiento en sales fundidas a nivel mundial.
Desafortunadamente y a pesar de su costo de mil millones de dólares, hoy día este sistema es más conocido por su atractivo visual para los pasajeros que sobrevuelan la zona que como un referente de innovación energética.
De hecho, el alto mantenimiento de las instalaciones y el salario de los empleados hicieron inviable el proyecto, toda vez que el objetivo principal consistía en entregar, durante 25 años, un total de 500 mil MWh (megavatio hora).
Así, tras sufrir demandas por incumplimiento de contrato y el rechazo por parte de los inversores, en 2020 Crescent Dune fue declarado en quiebra y expropiado al gobierno estadounidense.