Álvaro Obregón, conocido como el “manco de Celaya”, fue un héroe de la Revolución Mexicana que se convirtió en presidente; era temido y admirado por su crueldad; perdió un brazo a la altura del codo durante una batalla, el 3 de junio de 1915. Desde ese momento, su mano cortada fue conservada en formol y experimentó más aventuras de las que cualquiera se hubiera podido imaginar.
Álvaro Obregón perdió su mano en la batalla de la Hacienda de Santa Ana del Conde, Guanajuato, el 3 de junio de 1915. Una granada lo alcanzó y tuvieron que amputarle la mitad del brazo. A partir de ese momento recibió el célebre apodo de el “manco de Celaya”. Enrique Osornio, el médico que realizó este procedimiento, optó por depositar la mano en un frasco en formol y se la entregó a Obregón, quien eventualmente la encargó al general Francisco Serrano. Según el doctor Felipe Ávila, director general adjunto del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), Serrano habría perdido ese frasco durante una borrachera.
Por razones desconocidas, el mismo Enrique Osornio dio con la mano de Obregón en un burdel de la Avenida Insurgentes, en la Ciudad de México. El médico, incrédulo ante tan salvaje coincidencia, recuperó la extremidad y la devolvió al secretario particular de Obregón, Aarón Sáenz. Este personaje, en 1935, logró convencer a Lázaro Cárdenas, entonces presidente de México, de construir un monumento en honor de Álvaro Obregón, en el mismo sitio donde fue asesinado por un fanático religioso en 1928: el parque de La Bombilla en San Ángel, al sur de la ciudad.
Durante los últimos 54 años, la extremidad permaneció en exhibición dentro del frasco con formol en un gran monumento de mármol rosa y negro, rodeado de inscripciones que describían al general como un "genio militar" y un "paladín de las instituciones" que prevalecen en el México actual, mientras que el resto del cuerpo fue enterrado en su estado natal, Sonora, luego de que Obregón fuera asesinado el 17 de julio de 1928, poco después de ser elegido para un segundo mandato presidencial.
Durante 53 años, la gente acudió al monumento, aunque más que a honrar la figura de Obregón, a mirar con morbo su mano blanca e hinchada cerrada en puño; un espectáculo desagradable, por lo que, después de algunas discretas disputas familiares entre los descendientes de Obregón, el 26 de noviembre, su brazo fue incinerado y las cenizas depositadas en la tumba del caudillo, en una pequeña ciudad desértica al noroeste de Huatabampo, probablemente el único lugar en México donde las estatuas del general lo retratan con el brazo derecho intacto.