a noticia también llegó a México. Por primera vez en la historia, un buque con los más altos lujos que se podían disfrutar en los hoteles de gran turismo cruzaría los océanos, en un recorrido desde Southampton, en Inglaterra, hasta Nueva York. Ni siquiera los embistes furiosos del mar podrían tumbar la coraza metálica del Titanic: la prueba fehaciente de cómo el ser humano había, finalmente, vencido a la naturaleza.
Un trasatlántico insumergible
Era abril. La primavera siempre trae buenos augurios cuando se trata de nuevos comienzos. Políticos, grandes empresarios y la más alta aristocracia de diversos países en el mundo había logrado conseguir boletos para abordar el Titanic. Todos los medios de la época se empaparon con la historia: candelabros de oro, tapices importados, alfombras dignas de Versalles adornarían los cuartos y espacios públicos del buque.
A bordo de la bestia metálica estarían pasajeros europeos y americanos por igual. Después de cuatro años de construcción, 1912 sería finalmente el año en el que el Titanic podría describir su trayectoria trasatlántica. En total, se estima que más de 2 mil personas pagaron un boleto exclusivo.
Cientos de miles se quedaron con el anhelo de abordar en otro momento.
La gran mayoría de los pasajeros conducían una vida acomodada. Algunos contados eran inmigrantes irlandeses y escandinavos, que buscaban una vida mejor del otro lado del mundo. Todos, sin embargo, compartían una certeza: el barco los llevaría a costas americanas. Total, tenían la garantía de que la naviera White Star ya había concretado hazañas similares en el pasado. Nada podría salir mal.
Titanic: el desastre de abril
El Titanic zarpó el 10 de abril de 1912. A bordo, el único pasajero mexicano fue Manuel Uruchurtu, un diplomático oriundo de Sonora. Con 42 años de edad, había dedicado su desarrollo profesional a la política. Durante un viaje a Europa para conocer la Corte Española, un amigo suyo le cedió un boleto para abordar el Titanic.
Uruchurtu nunca se imaginó que tendría los privilegios de primera clase. Al cuarto día de viaje, una conmoción inesperada sacudió a la bestia de metal. A pesar de los reportes días antes de los avistamientos de bloques de hielo en el mar, la tripulación decidió seguir adelante. Una maniobra mal lograda ocasionó que el buque colisionara con un iceberg, y así, empezó su hundimiento inevitable.
De las 2 mil personas abordo, sólo 1,600 sobrevivieron. A las 11:40 PM se registró el impacto. Dos horas después, por hipotermia o ahogamiento, muchos ya habían muerto. A pesar de que el mar estaba particularmente tranquilo esa noche, muchos de los cadáveres no fueron hallados en investigaciones posteriores.
¿Un acto de caballerosidad?
Manuel Uruchurtu no logró llegar a tierra firme. En un supuesto acto de caballerosidad, cedió su lugar en un bote salvavidas a una mujer irlandesa, Elizabeth Ramell Nye. Según cuentan los descendientes del diplomático, ella tenía menores posibilidades de sobrevivir que él mismo.
“Siempre fue una historia de familia, de esas que vienes arrastrando generación tras generación pero que no salen de tu casa, se quedan en la sobremesa”, señaló uno de sus bisnietos. “Fue un acto de caballerosidad”, añade.
Ramell Nye sí logró salvarse. Al llegar a tierra firma, redactó una carta extensa a sus familiares detallando su experiencia de la tragedia en el Titanic.
A pesar del recuento heroico que su familia hizo de manera posterior —a más de cien años de ocurrida la tragedia transatlántica—, en ninguna parte del documento de la sobreviviente se menciona la intervención del político mexicano.
Entre las olas heladas del mar del norte, un silencio mortuorio se extendió la noche del 14 de abril. Lo que sabemos realmente de la historia nos ha llegado en aspavientos, como brisa de las olas extintas que cubrieron, lenta e inexorablemente, al barco que no logró vencer al mar.