Duane Cochran, primogénito de inmigrantes de la caribeña isla de Guadalupe, creció en el Detroit del auge de la industria automotriz y de la lucha por los derechos civiles.
Se mudó a vivir con su abuela para estudiar piano con su vecino Robert Nolan, conocido por haber sido el pianista del coro para la primera versión de Porgy and Bess, de George Gershwin, y quien renunció a dar clases en la prestigiosa Juilliard de Nueva York para seguir enseñando en aquel barrio marginado de la hoy cosmopolita ciudad de Michigan, en Estados Unidos.
El prometedor Cochran encarnaba las esperanzas de su familia y su maestro de convertirse en un pianista afrodescendiente con carrera internacional.
Todo comenzó cuando su abuela, empleada doméstica de una rica familia judía, se dio a la tarea de procurarle una educación integral a su única hija, lo que incluía lecciones de piano. De puntitas, el niño Duane se asomaba al teclado para intentar tocar a cuatro manos con su madre, en un gesto que no pasaría desapercibido.
Cochran es perseverante, algo que sus padres inculcaron a sus siete hijos.
Su padre les decía que, para poder lidiar con este mundo "gobernado por blancos y el racismo", tenían que sobresalir, y eso los hizo trabajar y trabajar.
Desde que tiene memoria, cuando tocaba o aprendía una partitura, a Cochran le surgían en la cabeza imágenes en movimiento y de bailarines, un signo que definiría su destino.
Cuando llegó a la Academia de Artes Interlochen, en el noroeste de Michigan, se decidió a tomar clases de danza. Quizás al principio no tenía las facultades de otros bailarines, pero lo disfrutaba.
"Fue un despertar, si se puede decir, para mí, como pianista, como artista, emplear el movimiento", dice Cochran en entrevista, ahora de 66 años, aunque aparenta mucha menos edad.
Un despertar que marcó el inicio de sus dos vidas paralelas: la música y la danza.