No es para nada una sorpresa que las voces más críticas de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) se encuentren manifestando a las afueras del Centro de Exposiciones de Glasgow, lugar donde actualmente se celebra la cumbre.
Durante las últimas horas, entre las decenas de miles de manifestantes que han recorrido las calles de la ciudad escocesa exigiendo justicia climática y acciones reales a los representantes de la COP26, llamó la atención uno en particular, un actor clave que usualmente es relegado de las negociaciones climáticas: los pueblos indígenas.
Invisibilizados durante siglos, despojados de su territorio y derechos; sorprendentemente las naciones indígenas llevan ventaja en la gestión eficaz de la naturaleza sobre el resto del mundo. Prueba de ello es que en junio pasado, un estudio elaborado por diversas organizaciones ambientales y de derechos humanos reveló que el 91% de las tierras de los pueblos indígenas están, ecológicamente hablando, en buen estado.
Y es que a pesar de la presión constante a la que se enfrentan año con año, dichos territorios habitados por personas indígenas reportan una menor pérdida de biodiversidad y deforestación, además de que conservan su capacidad de almacenar carbono.
Por si fuera poco, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO) no se ha cansado de recalcar la importancia de estos pueblos para minimizar la crisis climática, considerándolos como los “mejores gestores de la naturaleza”.
Actualmente, los territorios indígenas representan un tercio de los bosques de América y una quinta parte de la superficie total de la región. De ahí que sus conocimientos y participación sean fundamentales para frenar la emergencia climática actual.
Sin embargo, esto no parece ser suficiente para que las voces de los pueblos indígenas sean escuchadas en la COP26 de este año; un evento que, según la organización Global Witness, cuenta con más participación de representantes de la industria de los combustibles fósiles