En el siglo XVIII, emergió entre los católicos una orden vinculada con la masonería cuyo símbolo era la raza canina pug, surgida de una mutación que convirtió la cara de esos animales en su mayor atractivo, incluso a costa de su propia salud.
Así lo reveló un estudio dado a conocer por Current Biology, donde se demostró que gracias a la mutación del gen SMOC2, la cara de estos caninos se hizo más plana, ocasionándoles problemas para respirar adecuadamente. Sin embargo, estos perros son adquiridos cada vez más por gente que los encuentra especialmente lindos. ¿Es esto moralmente correcto? La respuesta a dicho dilema se antoja lejana; no obstante, lo que sí sabemos es que este exótico, pero bello animal dio pie a la formación de una sociedad secreta. La historia es la siguiente
En 1738, Clemente XII promulgó una bula papal que prohibía a todos los católicos asociarse a cualquier sociedad masónica; de no hacerlo, su excomunión sería inmediata. Más allá de la fe o un fundamento religioso, la Iglesia tenía un motivo más profundo para dar pie a esta prohibición: estas sectas secretas podrían mermar su poder, cosa que no estaba dispuesta a permitir por ningún motivo.
«Por esto prohibimos seriamente, y en virtud de la santa obediencia, a todos y cada uno de los fieles de Jesucristo de cualquier estado, grado, condición, rango, dignidad y preeminencia que sean, laicos o clérigos, seculares o regulares, aun los que merezcan una mención particular, osar o presumir bajo cualquier pretexto, bajo cualesquiera color que éste sea, entrar en las dichas sociedades de francmasones o llamadas de otra manera, o propagarlas, sostenerlas o recibirlas en su casa o darles silo en otra parte, y ocultarlas, inscribirse, agregarse y asistir o darles el poder o los medios de reunirse, suministrarles cualquier cosa, darles consejo, socorro o favor abierta o secretamente, directa o indirectamente por sí o por medio de otros de cualquiera manera que esto sea».
Nadie quiere que, al morir, su alma vaya directo al infierno, ¿cierto? Esa fue la razón por la que un grupo de católicos romanos conformó una secta secreta para evitar ser excomulgados. Así fue como crearon una sociedad paramasónica basada en los pugs.
Aunque no hay datos precisos —justamente debido a la secrecía propia de un grupo como ese—, existe una versión generalmente aceptada que indica el nacimiento de esta secta en 1740, en Baviera, Alemania. Clemens August von Bayern habría sido su precursor. Además de tener un papel importante entre las élites política y religiosa de aquella localidad, era el mecenas de varios artistas, entre ellos destaca el abuelo de Ludwig van Beethoven.
¿Cómo se entraba en la secta?
Todo candidato debía colocarse un collar de perro y rascarse contra la puerta en señal de que pretendía ingresar. Los otros miembros, que esperaban dentro, lo recibían con simulaciones de ladridos. Como acto final, el aspirante besaba el ano de un pug hecho de porcelana.
Pero ¿por qué el pug?
Es un dato que tampoco se conoce con exactitud; sin embargo, durante el reinado de Guillermo III de Orange, Inglaterra, este can fue adoptado simbólicamente, por lo que la referencia se extendió a toda la Ilustración.
Estos y otros datos —como el hecho de que esta secta permitía la membresía de mujeres, siempre y cuando fueran católicas— fueron dados a conocer luego de revelarse un libro, en 1745, donde se exponían gráficamente sus ritos. Tras quedar al descubierto, la orden volvió a ser proscrita, esta vez por la Universidad de Gotinga.
Los pugs son perros muy sensibles; se destacan por ser especialmente perezosos, pero tiernos y juguetones. Sin embargo, como vemos, su existencia tal y como la conocemos está íntimamente relacionada con el devenir humano. La historia está llena de anécdotas hilarantes y curiosas, y esta es una muestra de ello. ¿Cuántos otros secretos de la historia no habrán quedado ocultos tras el misterio de sectas y asociaciones clandestinas? Probablemente nunca lo sabremos.