Un equipo internacional de geólogos ha descubierto que existe una conexión entre las islas Galápagos y Panamá. Se trata de un túnel de 1.609 km que discurre bajo la superficie terrestre y a través del cual puede fluir magma.
El hallazgo, el primero en su género, transforma radicalmente la forma en que los científicos entendían los procesos geológicos y sugiere que los 'puntos calientes', como las islas Galápagos o Hawaii, no se mantienen fijos en el lugar. De hecho, en lugar de ir directamente a la superficie, el magma ascendente que procede del manto terrestre puede fluir lateralmente y emerger a mucha distancia, abriéndose paso a través de la corteza del planeta. Panamá se encuentra muy alejado de cualquier zona volcánica, y hasta ahora la presencia de magma allí había sido un misterio.
«Podemos imaginar el manto como un océano con diferentes corrientes -explica Esteban Gazel, de la Universidad de Cornell y coautor de un estudio publicado en ' Proceedings of the National Academy of Sciences' (PNAS). Existen corrientes increíblemente profundas que suben desde el límite entre el núcleo y el manto de la Tierra y forman volcanes e islas oceánicas como Hawai y las Galápagos. Ahora hemos demostrado que una vez que este material alcanza el manto superior, puede extenderse e impactar en un área mucho más grande de lo que se pensaba».
Una conexión inesperada
A pesar de que hace ya tiempo que los investigadores sospechaban que esto era posible, el trabajo de Gazel y sus colegas es el primero que ha logrado conectar las huellas geoquímicas del magma que emerge en Galápagos con los de Panamá y Costa Rica, demostrando así la existencia de una columna de manto que fluye de forma lateral a través del subsuelo y conecta ambos puntos geográficos.
Se trata de un misterio geológico en el que Gazel lleva trabajando más de 20 años. Ya desde su época de universitario, en efecto, Gazel empezó a recopilar datos de rocas volcánicas en Panamá y Costa Rica. Datos que no se ajustaban con la composición estándar del arco volcánico de Centroamérica. «Estaba haciendo algunas gráficas -recuerda el científico-, observando los elementos traza, y enseguida me di cuenta de que los datos tenían una firma de isla oceánica muy singular, un registro químico conectado a anomalías profundas de la Tierra. En concreto, tenían la firma del penacho de Galápagos. Cuando me di cuenta de esto tenía 19 años, y aunque había literatura que apuntaba en esta dirección, la evidencia era circunstancial en el mejor de los casos».
De alguna manera, pues, el magma no solo había viajado a miles de kilómetros de distancia, sino que pasó a través de un espacio en la zona de subducción, preservando su composición química original.