Rafael David Juárez Oñate (Ciudad de México, 1951)
Plétora Editorial, México, 2018.
Por Mateo ‘Almaniin
La tarde es un rumor desconocido,
rotunda crepita como incendio
y la invento con mis ojos.
Así inicia La Conspiración del Círculo, con una expresión de la interioridad del alma del poeta, que convierte todo lo que percibe en torno suyo en el máximo acto creador por medio del lenguaje y la palabra escrita, y que hace justicia, como nunca, a aquello que define este libro: Poesía.
El poemario se lee como el viaje de una suerte de Ulises moderno, citadino, hastiado y desencantado, cuyo punto de partida es la ciudad que nunca –por más que quiera– le es posible abandonar, y a la que siempre, inevitablemente, habrá de retornar. Una travesía laberíntica y circular por calles, barrios y avenidas donde la maravilla, el encanto y la sordidez urbanas –humanas– resultan inseparables, inacabables, imprescindibles: Se derrama el lamento del humo acuoso/sobre la espalda de la ciudad;/las voces en el eje, inhumanas,/desnudan la tristeza de estas piernas,/lejanísimas, asustadísimas.
Ciudad de ideas; confluencia de todas las manifestaciones humanas que elevan el espíritu del poeta a un estado de contemplación reflexiva sobre las propias experiencias de vida, o que, por el contrario, lo hunden en el apacible entumecimiento de la cotidianeidad, donde nada es nuevo y todo se repite incesantemente, incansablemente, hasta el hartazgo: y a veces queremos agarrar la pluma/para escribirle versos a la estupidez/y su inmovilidad lunar.
Por medio de un lenguaje sencillo –no simple, que no es lo mismo–, pero no por ello carente de un estilo propio, y en el que es posible apreciar las influencias de dos de las corrientes literarias más extravagantes de la segunda mitad del siglo XX –los beatniks estadunidenses y los infrarrealistas mexicanos–, sin olvidar la de aquellos que sirvieron de mentores directos del poeta –Carlos Illescas, Emanuel Carballo, Enrique González Rojo y David Huerta–, Rafael David Juárez Oñate nos devuelve una poesía rica en imágenes, especialmente auditivas, pero, sobre todo, en pulsión poética: impacto creativo que sólo su destreza en el uso del lenguaje es capaz de demostrar: Nada me queda sino la mirada esfinge como/un símbolo recayendo en la raíz de mi ser;/nada me queda sino la palabra, comienzo,/fin y encuentro, el reconocimiento, el camino.
He aquí un suspiro, un alivio para los lectores que, como nuestro Ulises citadino, están cansados, hartos y desencantados de la superficial banalidad de la escritura plástica y producida en masa mal llamada “poesía” que prolifera en nuestros días. Este es un retorno a la raíz de la creación, cuyo medio es el lenguaje y su materia la palabra escrita: POESÍA, con mayúsculas.