El descubrimiento de la insulina, hace 100 años, marcó un punto de inflexión en la esperanza y calidad de vida de las personas con diabetes. Desde entonces, este medicamento ha experimentado una enorme evolución.
Además, hay varias investigaciones en curso con el objetivo de que sea cada vez más eficaz contra la enfermedad metabólica.
La insulina es una hormona que regula la concentración de glucosa (azúcar) en la sangre. Actúa como una llave que abre la puerta de las células para que la glucosa pueda penetrar en ellas y ser utilizada como fuente de energía.
En ausencia de insulina, esta glucosa se acumula en la sangre y provoca lo que se denomina hiperglucemia.
“La hiperglucemia o glucemia elevada, con el tiempo daña gravemente muchos órganos y sistemas, sobre todo los nervios y los vasos sanguíneos”, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
La hiperglucemia es una consecuencia de la diabetes. Esta enfermedad ocurre cuando el páncreas no produce suficiente insulina o bien cuando el organismo no es capaz de utilizar adecuadamente la insulina que genera.
Esto último es lo que ocurre en la diabetes tipo 2, una enfermedad que se debe, en gran medida, “al exceso de peso y a la falta de actividad física”, de acuerdo con la OMS.
En cambio, la diabetes tipo 1, también llamada insulinodependiente, se caracteriza “por una producción deficiente de insulina y requiere la administración diaria de esta hormona”, según esta misma fuente.
“Su causa es todavía desconocida y no se puede prevenir con los conocimientos actuales”, señala la OMS.
La diabetes se conoce desde hace siglos pero, más allá de ciertas recomendaciones dietéticas, no existía ningún tratamiento para las personas con esta enfermedad.