Estos peculiares “primos” son capaces de regenerar sus miembros, pero incluso órganos internos, cuando estos son deteriorados. Por ello han figurado en el imaginario colectivo desde época prehispánica como figuras de leyendas y admiración.
Son, además, una singularsísima especie de salamandra que ha “quedado a medio camino”, en cierto estado larvario, y por ello tienen la capacidad de vivir en el agua. El ajolote es el más conocido, endémico de Xochimilco, admirado por los aztecas. Por su parte, el achoque, endémico del lago de Pátzcuaro, fue una figura prominente en la mitología purépecha.
Según datos de Coordinación de la Investigación Científica UMSNH, su antiguedad es de hasta 370 millones de años. En la zona purépecha, y derivado de la lengua de este grupo, se le conoce como achójki (quizá proviene del vocablo ach-o, que significa lodo, cieno o renacuajo), achoque o achoke.
El achoque en la cultura purépecha es muy importante, sobre todo respecto a la tradición medicinal. A este se le ha asociado con fines curativos vinculados al tratamiento de vías respiratorias, curación de empachos y sofocamientos, y hasta con un remedio para facilitar el parto. También, el achoque se utiliza como alimento por tener un alto contenido energético.
Debido a la lamentable contaminación del lago de Pátzcuaro, la sobreexplotación y otros temas relacionados a la influencia del hombre, para el 2011 el achoque se encontraba prácticamente extinto en el lago, pero una congregación de religiosas que los cría en cautiverio para su conservación desde el 2000, prácticamente lo ha salvado.
Se trata de un grupo de religiosas de la orden de predicadores del monasterio de María Inmaculada de la Salud
Junto con el ajolote, el achoque es uno de los animales más improbables del mundo. Ambos retan a la naturaleza al conservarse en un tipo de estado larvario, su capacidad de regeneración, además, ha llamado la atención del mundo para estudiar su ADN como una vía que ayude a la regeneración de tejidos en los humanos.